El misterio de Tandil

La leyenda del ombú

Las tres Marías


El misterio de Tandil

   Esta es la historia de cómo surgió una sierra en medio de la pampa, y de cómo, sobre un montículo de esa sierra, una enorme roca se mantuvo en equilibrio durante años y años, apoyada sólo sobre un pequeño vértice. Hasta 1912, fueron muchísimos los argentinos que llegaban hasta Tandil para ver la piedra movediza. Los que la contemplaban por primera vez se asombraban y quienes ya la conocían y volvían a verla no podían evitar cada vez permanecer absortos un momento, tratando de descubrir su secreto. Parecía increíble que no se cayera y, sin embargo, todos estaban tan acostumbrados a ella que pensaban que siempre estaría allí. Pero un día se cayó, se vino abajo en una tarde apacible y se rompió en pedazos que todavía pueden ver los viajeros de la sierra.-

    Cuentan los que saben que al principio la zona de Tandil era tan chata como el resto de la pampa, puro horizonte, pasto y lagunas. Era plana, verde e interminable porque así lo habían querido el Sol y la Luna, que la habían creado.-

    Los esposos gigantes habían dejado un día su casa celeste y bajado para inventar la Tierra. Una vez hecha la sembraron de pastos, de cardos y cortaderas, y desencadenaron lluvias para hacerlos crecer. Hicieron correr los ríos y los arroyos y brotar las lagunas. Aquí y allá irguieron un arbusto o un árbol solitario.

    Después crearon los animales: el puma, gran león de las pampas, y ciervos, ñandúes y guanacos que corrían por las praderas. Luego quisieron ver nadar los patos entre los juncales y contemplar el vuelo de los chingolos en el cielo abierto, y no se olvidaron ni siquiera de los caracoles de los guadales.

    Finalmente crearon a los hombres y a las mujeres, que encontraron buen sitio en esa extensa casa que les habían dispuesto.

    Terminada la obra, el Sol y la Luna se volvieron al cielo, Pero no se olvidaron de sus criaturas y para contemplarlas se turnaban, con el correr de los días y las noches. Para todos los pampas, era tranquilizador alzar la cabeza para mirar al Padre, que entibiaba los toldos en días despejados, o dejar que la luna guiara  sus travesías en las noches de verano cuando se asomaba, redonda y brillante, sobre la laguna.-

    Pasaron años incontables, hasta que un día los indios advirtieron que el Sol no era el de siempre. Inquietos, lo vieron palidecer, casi extinguirse, como queriendo esfumarse entre las nubes. Con asombro, súbitamente ateridos, comprobaron que un enorme puma alado lo atacaba. Agazapándose y saltando, primero desde un lado, después del otro, lo acosaba sin tregua.-

    Todos los pampas se prepararon para defender a su padre. Las manos se apuraron sobre los carcajes y un momento después incontables flechas salían disparadas. Se alejaban hacia arriba en un trayecto extraño, hasta desaparecer en un cielo que se había vuelto grisáceo.

    Hasta que un indio se separó del grupo. Se agachó rozando el suelo son su manto de piel de nutria, y estuvo un rato de cuclillas, eligiendo su mejor flecha. Luego se levantó despacio y la colocó en su sitio. Levantó la cabeza para apuntar, aguzó la vista en un gesto imperceptible, tensó el arco y disparó hacia el cielo.-

    Nadie tuvo tiempo se seguir con la mirada el rumbo de la flecha. Sobre el espacio blanco apareció una mancha roja y el puma cayó en la tierra, con el cuerpo atravesado y la punta de la flecha asomándose por el lomo.

    Estaba allí, enorme, con sus alas rotas, haciendo esfuerzos por incorporarse y rugiendo de tal modo que nadie se atrevió a acercarse para rematarlo. Un fino reguero de sangre iba humedeciendo el pasto que, orlado de los penachos blancos de las cortaderas volvía a relucir iluminado por el sol.-

    El horizonte aún no había de oscurecerse cuando apareció la Luna. Rápida cruzaba el cielo para, desde lo alto, ver mejor al monstruo caido que se había atrevido a atacar al sol. Asombrada, lo vio estremecerse, descubrió que no estaba muerto y comenzó a tirarle piedras para acabar con él. Toda la noche ocupó la luna en la tarea. Las rocas que arrojaba se fueron amontonando, unas al lado de las otras, encima de las otras, hasta sepultar al puma y formar una sierra. La última piedra cayó justo sobre la punta de la flecha y allí quedó posada. Pero no podía estar quieta porque el animal, que no estaba muerto, se revolvía en su tumba de piedra y la hacía oscilar en dirección al sol.-


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La leyenda del ombú

   Umbí era la esposa de un poderoso cacique pampa. Los hombres de la tribu siempre se ausentaban para guerrear con sus enemigos, Por eso, ella y las otras mujeres se ocupaban de sembrar y de cuidar las cosechas. Los maizales crecían vigorosos. Pero una vez la tremenda sequía se extendió por los campos y causó la muerte  de las plantaciones. Umbí desesperada, corrió un día al maizal y se abrazó a una pequeña planta. Quería cubrirla con su sombra, protegerla de los ardientes rayos de sol, que todo lo destruían.

    Su pena era tan grande que las lágrimas comenzaron a brotar de a una. Cada una de sus lágrimas, caía sobre la tierra reseca y le regalaba un poco de vida, la fertilizaba.

    Geunechen-su dios- vio su dolor y se compadeció de Umbí. La transformó en una hierba gigantesca.: el OMBÚ, que proporciona su fresca sombra a todos los que habitan las dilatadas extensiones pampeanas.

     El maizal revivió y la dulce Umbí quedó para siempre enraizada en el hermoso paisaje.

 


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Las tres Marías

   Las Tres María son esas bellísimas estrellas que podemos contemplar en las noches claras. Pero, según cuenta la leyenda, también se les llama así a unas boleadoras.-

    Esto ocurrió antes de la llegada de los españoles, cuando en el sur de Santa Fe y norte de Buenos Aires estaban habitadas por aborígenes.

    Creían en la existencia del Espíritu malo y en la del Espíritu bueno.-

    El Espíritu Malo los acosaba con toda clase de enfermedades, muertes, guerras, sequías. Muy angustiados los indios imploraron la protección del Espíritu bueno. Este quiso complacerlos y comenzó a perseguir al Malo... pero siempre se le escapaba de entre las manos. Ya desdesperaba por no poder alcanzarlo, cuando tuvo una idea.

    Llegó hasta el cielo y de allí desprendió a las Tres Marías. Luego se sacó un pelo de su barba y unió a las estrellitas y las arrojó muy lejos. Su buena puntería hizo que se enredaran en las piernas del Espíritu Malo, haciéndolo caer.     Para que lo dejaran en libertad prometió no causar más males a las afligidas tribus.

        A partir de ese momento los indios comenzaron a llamar las Tres Marías a las boleadoras de tres bochas, en recuerdo de las estrellitas salvadoras. ¡Ah! y las Tres Marías, contentas de haber cumplido su hermosa misión, regresaron, luminosas al cielo.- 

 


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