Los saltos del Guairá

El mainumbí y el cururu

El caá Jhen

Los isondúes

El caballo y los monos

La tristeza del urutaú

La paja brava o capí-i pochig (guaraní)

 


Los saltos del Guairá

En lecho de piedras corría el río. Sus orillas cubiertas de vegetación albergaban aves vistosas de colorido plumaje y flores maravillosas de tonos brillantes.

Aves y flores se confundían entre sí y al mirar no se sabía, en el abigarrado espectáculo que ofrecía la naturaleza, si se trataba de flores que volaban o de pájaros posados en las ramas. Tucanes loros y guacamayos se unían a las orquideas, a las palmeras y a las magnolias, para brindar el magnífico encanto de la selva tropical.

Enmarcada por la pujante vegetación de la floresta, se levantaba la toldería de la tribu Capibara. Entre todos sus hijos, Capibara distinguía al único varón, Guairá, su cunumí, como lo llamaba. Desde pequeño se habituó Guairá a andar con su padre, por el que sentía tanto cariño como admiración.

Con su padre salía de caza, con él había aprendido a manejar el arco y la flecha, a dirigir la canoa, a tejer cestos, a pescar con flechas o con anzuelos...

Nadie había que entendiera al cacique mejor que su hijo, ni ninguno que supiera complacerlo con mayor fidelidad que el pequeño cunumí.

Capibara como todos los indígenas, era muy supersticioso. Creía en daños, maleficios, en payés y en genios malignos. Para precaverse de cualquier mal que pudiera alcanzarlo, usaba, pendiente de su cuello una guayaca, consistente en una bolsita bien cerrada conteniendo tres plumas del ala de un caburé.Es el caburé o caburey, una pequeña ave de rapiña a la que se le atribuyeron poderes mágicos. Por eso, el llevar tres plumas de este animal, o bien de urutaú, otra ave milagrosa, según los guaraníes, significaba una seguridad para su poseedor, que así atraía todo lo bueno que pudiera ocurrirle, alejando los peligros y teniendo su vida asegurada contra los enemigos, las enfermedades o los accidentes.

No es de extrañar entonces que Capibara tuviera buen cuidado de asegurarse que su mágica guayaca no faltar jamás de su cuello. Uno de los peligros que amenazaba siempre a Capibara era Ñaña taú. Este genio dañino y perverso odiaba a Capibara y no perdía oportunidad tratando de ocasionarle algún mal. Sin embargo, nunca logró su deseo, pues el cacique estaba bien protegido por su payé.

Pasaron lo años y el cariño y el compañerismo de Guairá y de su padre se habían afianzado en tal forma que siempre se los veía juntos  en el más cordial entendimiento.- Guairá no tenía más amigo que su padre, a atal punto que los muchachos de su edad, que fueron sus compañeros de juegos cuando chicos, se habían alejado de él po completo, seguros de que su compañía, lejos de agradar al hijo del cacique, parecía fastidiarlo y molestarlo.

En cierta oportunidad Capibara y su hijo salieron a cazar a la selva lejana donde abundaban el guanaco y los jaguares. Iban bien provistos de armas y de alimentos, pues la excursión iba a ser larga a causa de la distancia que separaba la tribu del bosque al que se dirigían.

Fueron días muy felices los que pasaron padre e hijo, tratando de conseguir las mejores piezas de caza, haceindo el mayor despliegue de astucia, de inteligencia y de viveza, acuciados por su espíritu guerrero y batallador.

Muy contentos hubieran regresado a la toldería si un acontecimiento nefasto y de tanta importancia para ellos no hubiera llenado de congoja a los cazadores. Sin saber cómo, ni cuándo, ni dónde, la guayaca que colgaba del cuello de Capibara y contenía el mágico payé había desaparecido, Tal vez,en el entusiasmo de la caza, al pasar por los intrincado senderos que debían abrir en la selva, debió quedar enganchada entre las ramas de los árboles o de las plantas que, tupidas, crecían allí.

Capibara llegó desfalleciente, con una pena muy honda en su corazón y una falta absoluta de confianza en sus fuerzas, sólo explicables si se tiene en cuenta la fe inquebrantable que tenía en las propiedades mágicas del amuleto perdido.

Desde ese día se vio desmejorar al cacique, y todos pensaron que Ñaña Taú iba a lograr por fin, lo que se propusiera durante tanto tiempo sin conseguirlo: la muerte del odiado Capibara, que enfermó de un mal extraño.

Su hijo vivía desesperado, Trató de inmediato de hacer buscar otro payé para su padre, otras tres plumas de caburé o del urutaú, pero hasta el momento no lo había conseguido.

Resultaba tan difícillograrlo, que eran muy pocas las personas privilegiadas que lo poseían. No desfalleció el muchacho y salió él mismo en busca del ansiado talismán.

Antes de partir al despedirse de su padre, le dijo confiado: -Trata de mantenerte hasta mi vuelta, padre... Yo buscaré y traeré para ti el payé que reemplace el que perdiste en la selva. ¡No desesperes, padre, que mi cariño me ayudará a conseguir lo que tanto deseas!

Capibara lo dejó partir, pero su desesperanza era tan grande que tuvo el convencimiento del fracaso de los buenos deseos de su hijo.

Pasaron varios días. El cacique desmejoraba con rapidez y ya no había nada que lo levantara de su postración, hasta que un amanecer, cuando la vida renacía en la tierra, Capibara perdió la suya yendo su alma a reunirse con las de sus antepasados.-

Momentos antes, había llamado a su esposa para decirle: - Siento que me voy a morir... y no volveré a ver a mi cunumí...Dile a Guairá que mi último pensamiento ha sido para él y que en sus acciones seguiré viviendo.

No bien hubo pronunciado estas palabras, en un suspiro muy hondo, se extinguió la vida del cacique.

Algunos días después llegó Guairá sin haber conseguido el tan ansiado amulteo, y al enterarse de la fatal noticia de la muerte de su padre, su desesperación no tuvo límites. Desde ese instante se lo vio taciturno  y silencioso, vagar por los lugares que recorriera tantas veces con el amado cacique.

En cierta oportunidad, no pudiendo resistir la pena que lo consumía, dijo a su madre:

- Madre, mi vida aquí es un martirio. El recuerdo de mi padre no me abandona y creo que voy a morir. Ñaña taú, no conforme con su muerte, extiende su venganza hasta mí, a quien odia tanto como odiara a mi padre, si duda por el gran cariño que él me tenía...Buscaré alivio a mi gran dolor en la naturaleza...Remontaré el río en mi canoa y trataré de hallar la paz que aquí me falta...Después volveré...

Nada dijo la madre, pero la pena se pintó en su rostro moreno.

Guairá desató las amarras de su guaviroba, se embarcó en ella, y en un atardecer de verano, se alejó por las aguas del Paraná en busca de alivio para su pena.

Navegó varios días, sin noción exacta del lugar donde deseaba llegar. Sus ojos, incapaces de gozar de la belleza que lo rodeaba miraban sin ver. Cuando en un momento de lucidez trató de orientarse, se sorprendió. El lugar donde se hallaba le era completamente desconocido y no sabía qué rumbo tomar.-

De pronto creyó ver una figura borrosa que surgía de entre las plantas de la orilla para desaparecer de inmediato, luego de haber atraído hacia ese lugar a la frágil canoa.

-¿Es Ñaña taú, que ni siquiera acá me permite vivir en paz!? ¡Su maldad no tiene límites!

Trató de cambiar el rumbo de la canoa volviendo en la dirección que traía al llegar, pero le fue imposible. No pudo retroceder a pesar de los esfuerzos inauditos. La guaviroba, contra su voluntad, seguía adelante...

En un momento Guairá se sintió perdido. Había llegado a un lugar alto, cubierto de rocas erizadas. Volvió a reunir todas sus fuerzas para detener, por lo menos, la embarcación, pero fue empeño vano.-

La canoa y su ocupante cayeron al vacío seguidos por una gran avalancha de agua que los envolvió, arrastrándolos con su empuje arrollador, deshaciéndolos contra las piedras, y cubriendo el grito lanzado por el infeliz Guairá, con el atronador estrépito del torrente despeñándose en el abismo.

Así se formó el Salto del Guairá, tan peligroso e imponente por ser el producto del odio y del rencor de Ñaña tuá, el maléfico genio guaraní.-


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El mainumbí y el cururu

Mientras Tupá se hallaba fornando el mundo y poblándolo con los seres que hoy vemos en él, su tarea era ímproba e ininterrumpuda.

Las aguas lamían las tierras creadas y un firmamento muy azul limitaba el espacio con una bóveda de nubes. El sol, recién salido de las manos de Tupá, enviaba haces dorados de luz que daban calor y brillantes matices a las plantas terminadas de crear y que embellecían la tierra con el verde de ramas y hojas, y los rojos, los blancos, los amarillos y los azules de sus pétalos de seda.-

Tupá miró su obra y decidió poblar los aires y las aguas. entonces formó las aves y los peces. Los aires se llenaron de alas y los árboles de nidos. Las dos más bellas y delicadas avecillas y las más fuertes y poderosas surgíande las manos todopoderosas de Tupá y buscaban el árbol ola montaña que las habría de cobijar.

Tan entusiasmado estaba Tupá con su obra alada, que resolvió hacer una joya que surcara el aire despertando la admiración de todos por su belleza, por su color, por su aspecto, por su forma de volar...

Tomó un poco de arcilla, muy poca, y le dio una forma graciosa de leve aspecto, le agregó las alitas tenues y movedizas, una cola preciosa, un pico muy fino y largo para que la nueva avecita lo pudiera introducir en las flores en busca del néctar conteniendo en su interior, y cubrió el cuerpecito de finísimas y sedosas plumas.

Mezcló luego los más bellos colores con rayos de sol para darles reflejos risados y con elos pintó las plumitas, batió sus alas pequeñas y en vuelo gracioso y sutil comenzó su recorrido de flor en flor, temblando sobre ellas y sin posarse en ninguna.

Según los guaraníes, la llamó mainumbi.(PICAFLOR)   Tupá, satisfecho, la miró alejarse, seguro de haber creado la más bonita, la más graciosa, pequeña y sutil de las aves, sólo comparable a la más hermosa flor. No sólo tupá tenía esa idea.

De ella participaba también Añá, a quien la envidia inspiraba todos sus actos y que, habiendo perdido detalle de la creación de la última obra de Tupá, escondido detrás de unos árboles desde donde le era fácil espiar, decidió él mismo, siguiendo en todas sus partes el procedimiento usado por el dios bueno, hacer una obra exacta a la realizada por Él. Tuvo buen cuidado de realizarla con la misma arcilla, de la que tomó un buen trozo, si duda, para que no le llegara a faltar.-

La amasó, la acarició con sus largas y ganchudas manos tratando de darle elegante forma, imitando la que, de lejos, había visto hacer a Tupá. No consiguió tantos colores para terminar su creación, pero no le dio mayor importancia, y con el verde, el negro y el blanco amarillento que halló, pintó la arcilla.

Miró su obra convencido que bien podía competir con la de Tupá, y muy conforme con ella la tomó entre sus manos, la levantó en el aire, y allí, dándole un pequeño impulso, trató de echarla a volar.

Pero en el mismo momento que la libró de la prisión que la contenía y dirigió la vista hacia lo alto, esperando verla llegar, un ruido sordo se oyó en la tierra. Miró sorprendido Añá, y un gesto de estupor cambió su expresión satisfecha. Su obra, en lugar de volar, había caído al suelo, de donde salió dando saltos, contra todas las suposiciones de su creador, para ir a ocultarse entre las piedras del camino.

Añá, muy a su pesar, y contra su voluntad, creyendo crear un pájaro, había creado el cururú.- (EL SAPO)

 


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El caá Jhen

(Planta conocida en el Chaco, formosa y Misiones. Sus hojas verde oscuro sirven para endulzar las bebidas. Basta poner unas hojitas en cualquier infusión para que la misma adquiera un sabor delicioso)

    Nadie sabe desde cuándo venían guerreando. La enemistad de aquellas dos tribus era tan antigua como la memoria de los indios más ancianod. Habían peleado sus padres y los padres de sus padres y los padres de los...

    Que se tuviera noticia, en ninguna época habían dejado de pelear,.De tal manera la enemistad era a muerte y se había ido transmitiendo de generación en generación.

   -¡nuestros enemigos deben desaparecer para siempre!- decían los otros.

    -¡Nuestros enemigos deben desaparecer para siempre!-decían unos. Y como es natural, una vez ganaban unos y otra vez...¡ganaban los otros! ¡Vaya manera de vivir! Si es que tal puede llamarse...

    Después de cada encontronazo, los perdedores se internaban selva adentro y la tranquilidad duraba  el tiempo que tardaban en rehacer sus fuerzas, preparar las armas y acumular nuevos desdeo de venganza. Y así pasaron incontables lunas, sin que nadie pensara en otra cosa.

    Pero una cosa es el pensamiento de los hombres y otra la voluntad de los dioses. Y así fue como un día, Onagait (el espíritu supremo) se cansó de ver cómo perdían el tiempo en tanta guerra inútil y pensó en tomar medidas:

    -Algo debo hacer, estos tontos no escarmientan más.

    Sin embargo, no era simple arreglar tan complicado lío, ni siquiera para un dios. El odio envenena el corazón, crece, se enmaraña entre los seres como enredadera espinosa. Quita la alegría, destruye la risa, Aprieta hasta doler.

    Honda era la preocupación de Onagait:

    - No puedo castigarlos-decía, ya bastante se han castigado ellos mismos. Otra debía ser la solución. Y otra fue.

    Un día sin saber de dónde, ni cómo, apareció en la selva una desconocida. ¿De qué tribu era?

    -No es de la nuestra- decían unos

    -No es de la nuestra- decían los otros. ¡notable mujer aquella! Era tan hermosa que deslumbraba verla.- Frente a ella se sentía una extraña sensación de tranquilidad.

   A su paso, majestuoso y suave, todo se transformaba, las flores tenían más color, el cielo era más azul, el aire acariciaba y la sonrisa hacía fuerzas por salir de las bocas apretadas.

   Y tenía que suceder. Las tribus rivales se dispusieron a pelear por ella.

    -Debe quedarse con nosotros-decían los unos.

    -Debe quedarse con nosotros-decían los otros.

    Pero la bella desconocida los detuvo, conla voz más dulce que jamàs hubieran escuchado:

    -Soy la envidia de Onaigat.No deben pelear po mí. Yo quiero estar con todos... ¡y tengo tantas cosas para contarles!

Dulce era la voz, dulce la sonrisa, dulce la mirada. Habí a en ella tanta ternura, tanta luz, que los brazos se alfojaban, se aflojaban. Las armas fueron cayendo una a una de las manos y ya nadie quiso escuchar sino su palabra.

   Desde entonces la vida cambió para todos. -Había tanto que hacer. tanto que aprender, tantas cosas lindas que descubrir.

    La desconocida iba de un lado para el otro, hablando y enseñando, insansable, todo aquello que Onagait había dispuesto.

Y ya nadie pensó en pelear.Era el tiempo feliz para la paz. Conocieron la alegría de la amistad, supieron de la risa y la sonrisa, del canto y el llanto compartido. La bella desconocida les había enseñado lo que era el amor.

    Un día, la mensajera de Onagait enfermó gravemente. Cuando, ante el dolor de todos, desapareció para siempre, en su lugar nació Caá Jhen que hasta hoy les recuerda su dulce presencia.-


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Los isondúes

   Cuando tupá  creo a los hombres, quiso quiso que tubieran todo lo necesario para sobrevivir. Entonses les dio la primera hoguera.

    Un dìa Añá, el malo, bajóla tierra y se llevo un gran disgusto. Era cerca del anocheser y pansó encontrar a los hombres temblando de frìo. Sin embargo sucedía todo lo contrario. A lo largo de los campos, a orillas de los rìos vio pequeñas fogatas, alrededor de las cuales se refugiaban los seres humanos para calentarse y hacerse compañia. Más enojoso fue para Añá, ver que esos fogones unían a los hombres, quienes sentados junto al fuegoparecían apacigar sus peleas, entenderse mejor y compartir los alimentos.

    Enfurecido aspiró hondo, hinchó sus mejillas de aire y después fue volando sobre los campo, mientras soplaba co toda su fuerza para apagar cuanta fogata encontraba en su camino.

    Los hombres no pudieron explicarse lo sucedido y temieron por su fuego, que era desparramado por un cruel viento nocturno. Miles de chispas se esparcieron por todas partes y Añá corría como enloquesido de acá para allá, tratando de apagarlas totalmente.

    Cuando Tupá se enteró de lo que estaba sucediendo en la tierra, decidió tomar las cosas con calma y pensó cómo hacer, para que Añá perdiera la partida.

    Fue así que transformó las chispas dispersadas por los campos, en isodùes, pequeños insectos, que al volar se ensienden y apagan fugazmente.

    Añá no se dió cuenta de esa trasformación y siguió persiguiendolos. Así se fue alejando de los fogones, en donde aun quedaban brasa encendidas.

    los hombres, desconcertados, creían que sus fogatas, que hacían poco tiempo que le había regalado su dios, se habia apagado. Tupá, al verlos tan preocupados, bajó nuevamente para enseñarles como mantenes vivas la brasas.

    Entretanto Añá seguia persiguiendo a los insondúes, creyendo poder apagar todo el fuego de la tierra. Un día cansado de soplar y soplar vio a los hombres  nuevamente  sentados alrederos de sus fogones, cantando, trabajando ...

    Entonse se metió en una cueva muy oscura y quedó pensando lleno de rencor, de qué otra manera podria destruir lo construido, borrar lo aprendido.

    Desde aquel enojo de Añá, los insondúes siguen iluminando los campos de noche, estrellas fugases, que alegran al caminante solitario.


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El caballo y los monos

    Una vez aparecío en una chacra un caballo. Su dueño lo había echado por viejo pero no se resignaba a bagar por el mundo y así, buscano, buscando llegó a paso lento a la tranquera. el patron de la chacra le preguntó qué haciá por ahí.

    -Estoy buscando trabajo ya que mi dueño me abandono a mi desgracia. Dice que ya no sirbo para nada; ¿por qué no me pones a prueba?

    -Te voy a hacer una propuesta. Hace tiempo que los mono me handa robando el maíz. Si me liveras de esa peste, te prometo conida diaria por el resto de tus días y algún trabajo liviano de vez en cuando.

    -Trato hecho - dijo el caballo.

    Y se fue con paso lento hacia el monte para espiar a los monos. Al rato escuchó cómo se gritaban cosas de un árbol al otro y ahí nomás se le ocurrió una idea. Entonses salió trotando hacia el maizal.

    Cuando los monos llegaron para robar el maíz, un enorme bulto les cerró el paso. Parecía un cabbalo muerto. empezaron a chillar todos a la vez:

    -¡No podemos pasar! ¡No podemos pasar!

    En eso llegó el jefe de los monos y les ordenó sacar ese obstáculo del camino.

    -¿Por qué, por qué?-gritaron los monos, que ya se habian olvidado para qué habián venido.

    -Si no lo sacamos no podremos llegar al maizal; además necesitamos tener el paso libre, por si nos persigue el dueño del campo. Y dicho ese discurso tan largo se sentó a descansar.

    -¿Qué hacemos, qué hacemos? -gritaron otra vez los monos.

    -A ver: ántense lianas a la cintura y con la otra punta sujeten las patas delanteras y traseras de ese animal.

    Los monos cumplieron las órdenes del jefe pero a su manera...empujándose, tironeando del caballo, enredándose entre ellos. Por fin gritaron:

    -¡Ya está! ¡Ya está!

    Y entonse el jefe les ordenó:

    -Pónganse en posición y cuando les diga ¡ya! tiren todos juntos: ¡YA!

    Pero en vez de que los monos tiraran del caballo, éste se levantó de golpe y los arrastró, mientras chillaban a más no poder y se chocaban entre sí, hasta que las lianas se fueron rompiendo. Los monos, con su jefe a la cabeza, se escaparon al monte para no volver nunca más.

    El caballo volvió a la chacra bastante dolorido por los golpes que habiá recibidos al chocar con los monos, pero contento de asegurarse techo y comida para el resto de sus días. 


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La tristeza del urutaú

   Ñeambuí era hija de un aguerrido casique guaraní, que se había intalado en un lugar muy hermoso, muy codiciado por su vecino.

    La joven guardaba un recuerdo muy triste las continuas luchas que su padre debió enfrentarpara conservar ese paraje de la invacion de sus enemigos y comó el cacique con el correr de los años se habia vuelto cada vez más duro e implacable.

    Hacía tiempo que Cuimaé, el joven cacique de una tribu vecina, estaba enamorado de Ñeambuí. La muchacha aseptaba los regalos que le traia su pretendiente, pero despues corria al monte a jugar con los pájaros y a trenzar guirnaldas de flores para adornar sus cabellos negros.

    Un dìa su padre le ordenó que aseptara a Cuinamé por esposo asi las dos tribus unidas podrian luchar mejor frente a cualuier invasor.

    Ñeambuí obedeció el mandato de su padre y Cuinamé, feliz, comenzó los preparativos para la boda. La joven también se sintio contenta, aunque seguia corriendo al monte a pesar de las advertencias de su enamorado, que temia por ella, ya que conocía muy bien los peligros de la selva.

    Una mañana la joven escuchó gritos y al salir de su toldo; vio a los guerreros preparandoce para la lucha; una tribu vecina se aprestaba para invadirlos y el cacique, ayudado por Cuinamé iba decidido a luchar hasta las ultimas consecuencias.

    Después de que partieron, Ñeambuí se refugio denuevo en su toldo; no podia unirse a las otras mujeres de la tribu, que sentadas al rededor de una fogata, clamaban por el triunfo de sus hombres. Sufría demasiado al imaginar la lucha, pues pensar en los heridos y muertos de uno u otro bando, llenba de tristeza.

    Llegó la noche y aún los guerreros no habìan vuelto, cuando Ñeambuì escuchó depronto, un extraño lamento. Primero sintió miedo, pero despúes casi contra su voluntad, se asomó afuera y vio la sombra de un hombre, iluminada por la luz tenue de la luna. Le pareció que se paralizaba de terror, y ya estaba a punto de pedir auxilio, cuando la sombra se desplomó. Entonses impulsada por una fuersa extraña se se acercó y vio a un joven indio tendido en el suelo. Por su vestimenta se dio cuenta de que era de la tribu enemiga y al inclinarse sobre él, descubrió que tenía una profunda herida en la pierna. Supuso que, confundido, no se habia dado cuenta que se introducia en el campamento enemigo.

    Cuando Ñeambuí lo vio descansar tranuilo, entro rapidamente en su toldo y trató de calmarse. Temía por la suerte del joven enemigo y conociendo el caracter de su padre, deseó que el muchacho, una vez repuesto, se alejara de allí lo antes posible.

    Envuelta en sus temores ella también quedó dormida y soñó con el indio herido, cuyas facciones le habián parecido muy dulces.

    La despertaron los gritos de los hombres que volvian de la lucha. Temblando se asomo afuera y escuchó que su padre y Cuimaé la saludaban; se asercó tratando de no hacer caso de los latidos del corazón.

    La mirada de los guerreros era dura; habían podido frenar los avanses del enemigo, pero a costa de la perdida de muchos hombres. El cacique dijo a su hija:

    -Muy pronto se festejaran tus esponsales con Cuimaé; es un baliete guerrero y tendremos que partir de nuevo, pero antes quiero que sea tu esposo.

    La joven se inclinó ante su padre, mientras Cuimaé se adelantaba para abrazarla. En eso se escucharon gritos y algunos soldados trajeron pricionero al jove enemigo. Lo arrastraban, ya que apenas podia caminar y el cacique ordeno que lo enserraran inmediatamente.

    La muchacha nu pudo evitar lanzar un suave quejido; sólo fue escuchado por Cuimaé que obserbo la palidez de su rostro y mil sospechas lo invadieron.Hacia tanto que esperaba a Ñeambuí, hacia tan poco que ella le sonreía como aseptando su cariño, que ya no podia tolerar ningún rechazo. Fue así que preparólos festejos para la boda con un apuro febril.

    Ñeambuí por el contrario parecia languidecer dìa a dìa y mientra las mujeres de la tribu le probaban la tunica nupcial, mientras al rededor de ella los preparativos sucedían unos a otros, pemanecía pasiva en medio del bullicio... La mirada resignada del joven prisionero la perseguia constantemente, y  a menudo paseaba como por casualidad en frente del toldo donde estaba encerrado. El jove tambíen se habia sentiso hechizado por la dulce india y aunque sus miradas se encontraban fugasmente, expresaban todo lo que los dos sentían.

    Nadie se percató de los que sucedía; sólo Cuimaé no perdia un gesto, una mirada de la joven y su corazón apretado por un circulo de hierro, parecia estallar de dolor.

    La noche anterior a la boda se celebró un festejo prenupcial; después toda la tolerancia quedó dormida, menos Ñeambuì. se acerco sigilosamente al  toldo del prisionero... hasta su guardian dormía.

    Haciendo un gran esfuerzo pudo desatar la lianas que lo sujetaban y los dos uyero al monte. Allí, apenas iluminados por la luna, se abrazaron; no se imaginaban que cuimaé enloquesido de celos, los habia seguido.

    Desesperado, el joven cacique sacó la flecha más afilada de su carcaj y, armando su arco, la despidió con fuerza sobrehumana. Ñeambuí y el joven se desplomaron, mientras la selva vibró bruscamente, sacudida por una carcajada de loco.

    Amor y odio habían sido demasiado fuertes para Cuimaé, pero los dioses se compadecieron de él y lo convirtiero en ave... Desde entonses el Urutaú recorre los campos con su triste lamento. Todas las noches llora a su bienamada y recíen descansa al amanecer.


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La paja brava o capi-i pochig (guaraní)

El cacique Acá-Hatá era muy valiente, pero muy cruel. todos en la tribu le temìan. su palabra no podía ser discutida y ni los ancianos consejeros, que a través de los años se habían hecho muy sabios, eran escuchados por él.

- Ten cuidado, Acá-Hatá: eres injusto...

- La injusticia corre con rapidez, pero Tupá le dio piernas débiles.

- No se puede llegar lejos con tales piernas...

Así hablaban los sabios ancianos, pero sus consejos no ablandaban el alma del caique.Los consejos eran como semillas en tierra estéril.

- Castigas con mano dura y sin razón, Acá-Hatá...

- ¿Es que no temes la ira de Tupá?

No; no temía ni escuchaba. Su palabra era la única ley y todos deban acatarla: mujeres y hombres; viejos jóvenes y niños.

y su ley no tenía piedad.

¿Cómo trabajar con alegría? ¿Cómo sembrar y cosechar?¿cómo cantar y reir si el canto y la risa ofendían al cacique?

Los viejos recordaban los lejanos dias en que se celebraban con fiestas la siembra y la cosecha. aquellos en que los pájaros parecían brindar su tributo musical al sol y a la  lluvia.

¿ Es que nunca volverían?

Una luz de bondad, sin embargo brillaba entre tanta desdicha: la joven hija del cacique. todos la llamaban Che cig mi pora, y era tan dulce y buena como cruel e injusto era su padre.

- ¡ Ayudame Che sig mi porá! - Decian los ancianos.

Y la indiecita los ayudaba.

- Acá-Hatá está enojado; tenemos miedo...

- Decían los niños.

Y Che sig mi porá los llevaba con ella, los escondía y cuidaba hasta que la furia de su padre pasaba.

La joven, a pesar de todo, amaba a su padre y trataba de mitigar de alguna manera los daños que él hacia. andaba de un lado para el otra, ligera como el viento, ondulando su silueta fina, inclinándose una y otra ves para ayudar a los niños, a los ancianos y a todos aquellos que no podían defenderse. A todos escuchaba; a todos protegía.

Asi andaban las cosa...pero, ¿cuánto tiempo podrían andar así?, ¿quién podría saberlo?

Sin embargo, algo extraño estaba susediendo. Las mujeres caminaban apresuradas y se encerraban en sus chozas con los pequeños. Los hombres andaban silenciosos, con la cabeza baja; se encontraban y hablaban en secreto. ¿qué decían?, ¿de qué hablaban?

Cosas muy serias y muy tristes. cosas que se iban metiendo en el ánimo de los indios y les tornaba la mirada hosca, la palabra áspera. Cosas que solo anidan en el pensamiento de quienes se sienten muy humildes y empiezan a perder la fe.

Y Tupá no quería oirlos. Tupá los había abandonado.

Si: los indios estaban tramando una conspiración contra el jefe injusto. Ya estaba decidido: Acá-Hatá debía morir para que la paz y la alegría volviera a reinar como antes.

Y así fue. En una noche negra, más negra que todas las noches que vivieran desde que Acá-Hatá gobernaba la tribu, mataron al cacique.

Noche de dolor y desesperación, porque en la revuelta tambien cató che sig mi pora. La dulce indiecita también murió.

¿A caso pretendio, con el último aliento de su bondad, proteger a su padre?

Nadie lo supo jamás.

Cuenta la leyenda que toda la tribu lloró sobre Che sig mi porá, dias y noches, noches y días, hasta empapar su cuerpo.

Los indios no tenían consuelo y elebaban sus ruegos a Tupá:

- ¡Devuélvenos a nuestra Che sig mi porá!

- ¡Hazla volver!

- ¡Sólo tú, oh gran Tupá, puedes hacerlo!

Y cuando ya no hubo más lágrimas; Cuando se secaron los ojos de todos los que con tanto amor le lloraron, en el mismo lugar donde cayó la indiecita, nació una planta: la Capi-i pochig.

Había nacido la paja brava. Sus hojas, largas y finas de color amarillo verdoso, se ponen doradas como el sol cuando se secan.

La Capi-i Pochig crece en esteros y bañados y cuentan los que cuentan, que nació de las lágrimas de aquellos indios y el cuerpo de Che sig mi porá.

Desde entonces se la usa para techar las casas modestas. Sus delgadas hojas, tan útiles al indio, recuerdan la bondad protectora de la indiecita y sus bordes filosos la crueldad del cacique.

 


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