En literatura, observación mordaz, aguda y concisa, generalmente escrita en
verso. Los epigramas de la Grecia antigua eran inscripciones hechas en tumbas o
estatuas. Además de los epigramas funerarios y votivos, se conservan otros que
reflexionan sobre los objetos y asuntos ligados con la escritura, entre ellos
uno que alerta sobre la amenaza de la "carcoma, enemiga de las Musas".
Los poetas latinos, entre ellos Catulo, Juvenal y especialmente Marcial,
desarrollaron el epigrama como una breve sátira en verso que acaba con alguna
expresión punzante. En la literatura española, la proximidad del epigrama con
el epitafio se revela en el soneto de Góngora Inscripción para el sepulcro de
Dominico Greco o en Inscripción en cualquier sepulcro de Jorge Luis Borges.
Durante el manierismo, lo epigramático aparece como una de las formas de la
agudeza que, como dice Baltasar Gracián en su Agudeza y arte de ingenio,
predomina entre los españoles, frente a la erudición de los franceses, la
elocuencia de los italianos y la invención de los griegos. "El que es
nacido para un epigrama no es decente para un sermón", concluye en otro
momento Gracián. Aunque no siempre se haga mención al género, hay poemas que
por su concisión y agudeza participan también del epigrama: es el caso de Ángel
González (¿Recuerdas que querías ser Narciso?: "Pequeña estrábica,/ tú
no te preocupes;/ contempla el mundo y rompe los espejos"); las greguerías
de Ramón Gómez de la Serna; los "membretes" de Oliverio Girondo. En
su novela Vitrina pintoresca, Pío Baroja registra las inscripciones en las
paredes y en las muestras de tiendas. Borges hace algo semejante con las
"inscripciones de los carros". Pintadas en paredes y retretes, los
grafitos, síntesis anónima de los hechos e ideas de distintas épocas, deben
clasificarse dentro del género epigramático, desde los encontrados en Pompeya
hasta los más recientes. En Inglaterra, sobresalen John Donne, Jonathan Swift,
Alexander Pope, este último creador en el siglo XVIII de una forma de pareado
epigramático, y Oscar Wilde. En Francia, Voltaire y Nicolas Boileau-Despréaux.
En Alemania, G. E. Lessing. El epigrama también se encuentra en las literaturas
china y japonesa. Puede aplicarse el término a cualquier aforismo, dicho
popular y hasta ciertos ejemplos de cuentos brevísimos como los de Augusto
Monterroso: "Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea"
(En Fecundidad).