ALEJANDRO CASONA

 

Hijo de don Gabino Rodríguez Álvarez y de doña Faustina Álvarez García, Alejandro vivió hasta la edad de cinco años en la vieja casona que todos conocían. Ahí fue dando paso a la ilusión acrecentada de un niño pueblerino que empieza a establecer un contacto entre la realidad y la fantasía, entre la belleza natural y lo sobrenatural. Hasta la edad de diez años vivió con su familia en Villaviciosa, pequeñito pueblo de España situado muy cercano a la ciudad de Guadalajara. Más tarde pasó al Instituto Jovellanos, en Gijón, cursando ahí los primeros años del bachillerato, que continuó después en el Instituto de Murcia y la Universidad de Oviedo.

En Murcia se despertaría definitivamente su vocación por el teatro. De aquí nacería su afición por las lecturas, por la práctica de la representación escénica; el llevar teatro, junto con un grupo de compañeros, a las clases populares; el ir a aldeas y comarcas en busca de mejores encuentros.

Murcia le gustó. Encontraba aquí un ambiente grato. Se había fundado aquí el Conservatorio de Música y Declamación, a donde ingresó ese joven que se llamaba Alejandro Rodríguez Álvarez, quien deseaba estudiar arte dramático. Más tarde, este mismo joven, se inscribiría en la Facultad de Filosofía y Letras.

Alejandro permanece en este lugar hasta 1922, cuando se traslada Madrid, a fin de inscribirse y cursar la carrera de maestro. Lo hace en la Escuela Superior del Magisterio, donde conocería y se enamoraría de una mujer quien luego sería su novia, su esposa y compañera: Rosalía Martín Bravo.

 

Casona había recibido en 1934 el Premio Nacional de Literatura, que el gobierno le otorgara por su libro de lecturas infantiles Flore de Leyendas. Un libro en el que, sin perder su poesía, las leyendas más hermosas de la humanidad se ponen al alcance de las mentes de los niños.

Casona era un enamorado de los niños. De ahí que recuerde el momento en que, habiendo cursado la universidad, y habiendo aplicado para la opción de maestro e inspector de segunda enseñanza, nuestro personaje tenía que enfrentar un examen de oposición.

Casona tenía que impartir clase ante los ojos del jurado. Entró, se sentó en el suelo, rodeado de los alumnos de la escuela, y les empezó a contar historias y leyendas edificantes y bellas, que al ser relatadas en un lenguaje tan simple, tan claro, tan directo y tan hermoso, tenía a los niños suspensos e impresionados. Está por demás decir que Alejandro ganó las oposiciones.

 

Muchas son las obras importantes de Alejandro Casona, entre ellas: "Flor de leyendas", "La sirena varada", "La dama del alba", "La barca sin pescador", así como otros títulos, entre los cuales destacan: "Otra vez el diablo", "Nuestra Natacha", "El caballero de las espuelas de oro", "Prohibido suicidarse en primavera" y, "Los árboles mueren de pie".

Empezó su vida literaria como poeta. La flauta del sapo, publicada en México, en 1937, por el Instituto de Cultura Iberoamericano, es su obra más importante de este género, en aquel tiempo. Siendo maestro, ahí, en la región de los vascos, Alejandro muy joven empezó a sentir una verdadera vocación por el teatro. 

 

Casona hizo varias presentaciones de sus obras. Estuvo en diversos países hispanoamericanos, entre ellos, Chile, Paraguay, Brasil, Puerto Rico, Cuba, Argentina y México. Vivió un buen tiempo en nuestro país (México), pasando finalmente a radicar a Argentina, donde siguió escribiendo. Entre sus presentaciones o asistencia a inauguraciones de sus obras destacan las de Madrid, México y Buenos Aires. En verdad todas sus obras tuvieron un éxito tremendo. En México sus piezas teatrales eran representadas por artistas de la talla de doña Prudencia Griffel y Miguel Maciá. En épocas más recientes, por artistas de renombre y altura como Manolo Fábregas y Raquel Olmedo. Las puestas en escena alcanzaron un éxito rotundo. La mayoría de sus obras (Los árboles mueren de pie, La barca sin pescador, La sirena varada y La dama del alba), han sido adaptadas a la televisión, tanto por Manolo Fábregas y su hijo (Rafael Sánchez Navarro), como por otra actriz de nombre Nadia Haro Oliva.

 

Monterrey también fue visitado por Alejandro Casona. En aquel tiempo había buen teatro, como ahora también lo empieza a haber. Resulta que existía un grupo experimental de teatro, "El Núcleo de Arte Teatral", que presentaba grandes e importantes obras de igualmente grandes y destacados escritores. Elisamaría era el nombre de esa artista regiomontana (quien aún vive, por el rumbo de la Colonia del Valle), la que invitó y platicó varias veces con Alejandro Casona. Ambos eran mas o menos de la misma edad y se cuenta que Casona era una persona finísima. Atento, elocuente, un hombre humano con muy buen sentido del humor. Fue en Monterrey, una de las principales representaciones de la pieza teatral "Los árboles mueren de pie", presentada en el Teatro Florida. Otras obras más fueron estrenadas en lo que era el famoso Teatro María Teresa Montoya. Todas obras de Casona, bajo la dirección de Elisamaría.

 

Habiéndose retirado a vivir a Argentina. Casona seguiría escribiendo y publicando ahora artículos en los principales periódicos del continente. Realizó frecuentes viajes en los que aprovechaba para recibir nuevos triunfos y hacer nuevos amigos. Los que le conocieron siempre hablan y le recuerdan por su amabilidad, su trato, su afecto, su sencillez y su gran don de gentes. Más tarde regresaría a España. Se sentía ya enfermo, era el año de 1962. Se cuenta que al llegar a su tierra dijo: "vengo a morir". Citaba una frase de "Los árboles mueren de pie". Tres años más tarde, un 17 de septiembre de 1965 fallecería, a consecuencia de un paro cardíaco. Sus restos serían velados en la capilla ardiente que se instalara en el Teatro Lara, pocos días antes de haber estrenado su pieza Las tres perfectas casadas.

 

Persona que siempre le gustara hablar con los jóvenes y niños. Alguien para quien el mundo era la vida. Un autor, excelente comediógrafo quien entre sus últimos éxitos alcanzados estuviera La casa de los siete balcones, obra en que evoca a su querida y añorada Asturias. Alguien que siempre será recordado por su nombre (aunque éste, valga la redundancia), no haya sido su propio ni verdadero nombre: Alejandro Casona.

 


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