Zeus
accedió al poder gracias a una mezcla de violencia y estratagemas y, una vez
establecido, su dominio fue permanente e incontrovertible. Consideraba los
cielos su territorio privado, mientras que sus hermanos Posidón y Hades se
convertían en señores del mar y los infiernos, respectivamente. La división
de los reinos se decidió echando suertes. Zeus se casó con la Titánide Metis
(inteligencia astuta) y la dejó embarazada. Gea y Urano habían profetizado que
Metis tendría hijos extraordinarios: una diosa, Atenea, que igualaría a Zeus
en sabiduría, y un hijo que sería rey de los dioses y de los hombres. Para
evitar que nacieran, Zeus se tragó a Metis, a pesar de que le había ayudado a
derrotar a Crono, y con la diosa en su interior, nadie podía engañarlo ni
manipularlo como había hecho él para obtener el poder. Poco después, Zeus
empezó a sentir unos dolores muy fuertes en la cabeza. Hefesto le abrió la
cabeza con un hacha y de ella salió su hija Atenea con todas sus armas. A
continuación, Zeus se casó con Temis, diosa del orden fijo, y con ella tuvo a
las Moiras, las Horas, Eunomía, la Justicia e Irene, divinidades femeninas que
gobiernan los destinos humanos y divinos. Se representa a las Parcas como tres
mujeres: Cloto, que teje el hilo de la vida; Láquesis, que lo enrolla; y Átropo,
que lo corta.
Por
último, Zeus se casó con Hera, su hermana, y de su unión nacieron Ares, Hebe
e Ilitía. Aunque se rendía culto a Ares,
dios de la guerra, en todo el mundo griego, existen muy pocos mitos sobre él.
Ares quedó libre tras acceder a dar a Hefesto una recompensa
A
las demás divinidades del Olimpo, excepto a Afrodita, las engendró en otras
relaciones sexuales.
1)
ÍO
Zeus
había visto a Ío, hija del río Ínaco, cuando volvía de ver a su padre, y le
había dicho:
-
Oh, doncella digna de Zeus y que habrías de hacer feliz a no sé quién
con tu lecho, dirígete a las sombras de estos profundos bosques mientras hace
calor y el sol está muy alto en medio de su órbita. Pues, si temes
introducirte sola en las guaridas de las fieras, con un dios como protector
entrarás segura en los rincones del bosque.
Pero
la joven huía de él y ya había dejado los pastizales de Lema y los labrantío
lirceos plantados de árboles, cuando el dios ocultó la tierra echándole
encima gran neblina y detuvo su huida y le arrebató la virginidad.
Entretanto,
Hera lanzó su mirada en medio de los campos y, admirada de que aladas nieblas
habían proporcionado aspecto de noche en un día espléndido, se dio cuenta de
que no eran de un río y de que no las hacía salir una tierra húmeda, e
inspecciona dónde está su esposo, sospechando el engaño. Al no haberlo
encontrado en el cielo, dice:
-
O yo me engaño o yo estoy siendo injuriada.
Y,
bajando del cielo, se detuvo en la tierra y ordenó alejarse a las nieblas. Él
había presentido la llegada de su mujer y había cambiado el aspecto de Ío por
el de una resplandeciente novilla. Hera le pregunta a su esposo de quién y de dónde
es esa vaca, y Zeus le responde mintiendo que ha nacido de la tierra, para que
deje de buscar al responsable. La diosa entonces, se la pide como regalo ¿Qué
puede hacer? Es cruel entregar el objeto de sus amores, pero no darlo es
sospechoso. Si hubiese negado a su esposa un regalo tan pequeño como una vaca
podía haberse visto que no era vaca. Una vez que se la regaló, la diosa entregó
al animal al gigante Argos para que lo custodiara.
Argos
tenía la cabeza cubierta con cien ojos. De ellos descansaban dos por turno, y
los demás vigilaban y permanecían de guardia. Ío todas las mañanas se
acercaba a la ribera del río Ínaco, su padre, que ignoraba que la vaca era su
hija. Ío dibuja una letra con su pata y su padre entonces descubre quién es y
se lamenta con estas palabras:
-
¡Ay, desgraciado de mí! ¿Acaso tú eres mi hija buscada por todas las
tierras?
Ínaco
llama a Hermes y le da orden de matar a Argos. Cuando hubo preparado sus cosas,
el hijo de Zeus salió en dirección a las tierras del gigante. Allí se quitó
el gorro, se despojó de las alas y sólo retuvo el caduceo portador del sueño:
con su canto seduce a Argos, quien dice:
-
Quienquiera que seas, podrías sentarte conmigo en este peñasco, pues no
hay en ningún lugar hierba más rica para el ganado.
Hermes
se sentó y, hablando de muchas cosas, entretuvo con su conversación el paso
del día y cantando con sus cañas unidas intenta doblegar los ojos que vigilan.
Sin embargo, aquél lucha por vencer el dulce sueño y, aunque el sopor es
acogido por parte de los ojos, no obstante, con la otra parte se mantiene en
vela. También pregunta (pues la flauta había sido inventada recientemente) por
qué motivo había sido inventada. Entonces el dios le cuenta la historia:
-
En los helados montes de Arcadia, entre las Dríades, ninfas de los
bosques, hubo una náyade muy famosa, las ninfas la llamaban Siringe. Más de
una vez ella había burlado a los sátiros que la perseguían. Rendía culto a
la diosa Ártemis con sus aficiones y con la propia virginidad. Un día, cuando
ella volvía de las colinas del Liceo la ve Pan, el dios de los pastores, e
intentó seducirla. Ella huyó hasta que llegó junto a la corriente del río
Ladón, y pidió a sus hermanas que la transformaran. Pan, cuando pensaba que ya
se había apoderado de Siringe, agarró las cañas de pantano en lugar del
cuerpo de la ninfa, y, mientras suspiraba allí, los vientos movidos dentro de
la caña produjeron un sonido suave y semejante a la queja. El dios, cautivado
por el arte nuevo y por la dulzura del sonido decidió quedárselo. Al terminar
de decir estas cosas, Hermes vio que todos los ojos habían sucumbido y sus
pupilas estaban cubiertas por el suelo. Sin dilación, hiere de muerte al
gigante con una espada en forma de hoz. Hera se irritó por esto y lanzó una tábano
contra su rival que la llenó de terror y la obligó a vagar por todo el mundo.
Cuando llegó a la ribera del río Nilo, en Egipto, le pide a Zeus que acabe con
sus desgracias. Él le suplica a su esposa, quien le da nuevamente su forma
anterior a la joven.
2)
SÉMELE
Zeus
se había enamorado de Sémele, hija de Cadmo y tía de Acteón, y como
consecuencia de este amor la había dejado encinta. Hera, esposa de Júpiter,
tomó gran odio contra su rival. Entonces, soltó su lengua para criticar:
-
¿Qué provecho he sacado tantas veces de las críticas? Ella misma ha de
ser buscada por mí; a ella la perderé si soy llamada con justicia la gran
Hera, si es de mi incumbencia sostener en mi mano derecha un cetro de piedras
preciosas, si soy reina y hermana y esposa del gran Zeus. Pero, según creo, está
satisfecha con l adulterio. ¡Concibe! ¡Sólo faltaba esto! Y lleva en su útero
lleno una culpa evidente, y quiere ser madre sólo por Zeus: tanta confianza
tiene en su belleza. Haré que falle, y no soy hija de Cronos si no penetra en
las aguas estigias sumergida por su querido Zeus.
Después
de estas palabras, se levantó de su trono y, escondida en una amarillenta nube,
llegó al umbral de la casa de Sémele y se fingió una anciana. Cuando, después
de haber entablado una conversación y hablando durante largo tiempo, llegaron
al nombre de Zeus. Hera, entonces, dijo:
-
Deseo que sea Zeus, pero tengo miedo de todo: muchos, bajo el nombre de
dioses, se han introducido en castos lechos. Pero no es suficiente que sea Zeus;
que dé una prenda de su amor si es verdaderamente él, y pídele que cuan
grande y con la apariencia con la que se une a la alta Hera, tan grande te
abrace y que antes se revista de sus atributos.
Con
tales palabras Hera había preparado a Sémele, que nada sabía: ella pide a
Zeus un don sin decirle cuál. El dios le dice:
-
Elige, no sufrirás rechazo alguno; y, para que tengas más confianza,
que sea testigo la divinidad del torrente estigio: él es temor y dios de
dioses.
Alegrándose,
Sémele dijo:
-
Con la apariencia con la que suele abrazarte Hera cuando os entregáis al
amor, con esa misma únete a mí.
El
dios quiso no haber jurado, pero ya su voz había salido apresurada por los
aires. Lanzó un gemido; pues ni ella podía retractarse ni él no haber jurado.
Así pues, muy entristecido, subió al alto éter y con su rostro arrastró las
nubes que lo seguían, a las que añadió lluvias y relámpagos mezclados con
vientos así como el trueno y el rayo. Sin embargo, hasta dónde pudo, intentó
quitarse fuerzas. Al rayo le añadió menor crueldad y llama, menor cólera. El
cuerpo mortal de la joven no resistió tal ataque y ardió con el regalo
conyugal. El niño, todavía sin formar, fue arrancado del útero de la madre y
cosido en el muslo paterno. Así, completa el tiempo de gestación. A escondidas
lo cría su tía materna Ino en su primera cuna, después las ninfas de Nisa
ocultaron en sus cavernas al niño y lo alimentaron de leche. El pequeño fue
llamado Dioniso, que en griego significa “nacido de Zeus”.
Mientras
estas cosas se desarrollan, cuentan que casualmente Zeus había dejado a un lado
sus pesadas preocupaciones y se había entregado a su esposa y había dicho:
-
Verdaderamente, es mayor vuestro placer que el que corresponde a los
varones.
Ella
lo niega; le pareció bien investigar cuál era la opinión del sabio Tiresias.
Éste tenía conocimiento de las dos clases de amor. En efecto, con un golpe de
bastón había maltratado los cuerpos de dos grandes serpientes que se apareaban
en un verde bosque y, convertido de hombre en mujer, había vivido siete años.
En el octavo, vio de nuevo a las mismas y dijo:
-
Si es tan grande el poder de vuestra herida que cambia la condición del
que la ha producido en lo contrario, también ahora os voy a herir.
Golpeadas
las mismas serpientes, volvió a su figura anterior y apareció con el aspecto
con el que había nacido.
Tomado
por tanto éste como árbitro de la contienda entre los dioses, Tiresias
confirma las palabras de Zeus. Hera se enfadó más de lo justo y en proporción
inversa al motivo y condenó a una noche eterna los ojos del anciano. Pero Zeus,
como no estaba permitido a ningún dios invalidar las acciones de otro dios, en
compensación a la vista de la que había sido privado le concedió conocer el
futuro y suavizó el castigo con tal honor.
3)
DÁNAE
Un
oráculo le dijo a Acrisio, rey de Argos, que le mataría un hijo de su hija Dánae,
y el rey la encerró en una torre o cámara de bronce de su casa. Zeus entró
allí en forma de lluvia de oro y mantuvo relaciones con Dánae, quien concibió
y dio a luz a Perseo a quien ocultó en la cámara para protegerlo de Acrisio.
Pasados cuatro años, el rey descubrió la verdad y encerró a su hija y a su
nieto en un cofre, que arrojó al mar; pero el cofre fue arrastrado hasta la
orilla.
Llegó
a la edad adulta en Sérifos, isla del Egeo, en el reinado de Polidectes, cuyo
hermano, el pescador Dictis, salvó al héroe y a su madre. Polidectes se enamoró
de Dánae, pero ella lo rechazó. Entonces, el tirano invitó a los nobles de Sérifos
a una fiesta y les exigió a todos que le regalasen un caballo. En broma, Perseo
dijo que le resultaría tan fácil obtener la cabeza de una de las tres Gorgonas
–monstruos con cabellera de serpiente– como un caballo; Polidectes le tomó
la palabra y envió al protector de Dánae a aquella misión en apariencia
irrealizable.
Pero
los dioses Hermes y Atenea acudieron en ayuda de Perseo. En primer lugar, el héroe
fue a ver a las Grayas, tres viejas con un solo ojo y un solo diente que compartían
entre las tres y las únicas que podían llevarle ante las Gorgonas. Perseo les
robó el ojo y el diente y se negó a devolvérselos hasta que le dieran la
información que necesitaba. Las Grayas le dijeron que se presentara ante las
ninfas que le darían una capa de invisibilidad, sandalias aladas para que
volara y una bolsa de cuero. Hermes le regaló una espada curva, y con todo ello
Perseo voló hasta las Gorgonas. Sólo una de ellas, Medusa, era mortal, pero
cuantos miraban directamente su cara se transformaban en piedra en el acto.
Perseo la vio reflejada en un escudo, la decapitó y guardó la cabeza en la
bolsa. Luego, volvió a Séfiros volando y, en el camino, rescató a Andrómeda.
Casiopea,
esposa del rey Cefeo de Etiopía, alardeaba de ser más hermosa que las
Nereidas, cincuenta ninfas marinas hijas de Nereo, el Viejo del Mar, divinidad
que vivía en el océano y ayudaba a los navegantes. Enfurecido por la presunción
de Casiopea, Posidón inundó el reino de Cefeo y envió un monstruo marino que
asoló aquellas tierras. Cefeo consultó a un oráculo, quien le dijo que
sacrificase a su hija Andrómeda al monstruo encadenándola a una roca.
Cuando
yacía sobre la roca, Perseo pasó volando por allí, se enamoró de Andrómeda
y se ofreció a matar al monstruo a cambio de casarse con ella. Cefeo aceptó la
oferta: Perseo se puso la capa de invisibilidad y las sandalias aladas y liquidó
al monstruo con su espada curva. Liberó a Andrómeda, la desposó y ella le dio
un hijo, Perses, que heredó el trono de Cefeo.
Al
llegar a Séfiros, Perseo enseñó la cabeza de Medusa a Polidectes, y éste y
sus seguidores se convirtieron en piedra. El héroe, que pasó el resto de su
vida rodeado de paz y prosperidad, entregó la cabeza de la Gorgona a Atenea,
que la llevaba sobre sus ropas para petrificar a sus enemigos.
Después,
Dánae y Perseo regresaron a Argos. Un día, cuando participaba en unos juegos,
Perseo lanzó un disco que golpeó y mató a Acrisio, su abuelo, cumpliéndose
así la predicción del oráculo.
4)
LEDA
Estaba
casada con Tindáreo, rey de Esparta. Zeus fue a verla en forma de cisne, y al
cabo del tiempo Leda puso dos huevos, de los que nacieron cuatro niños. De uno
surgieron Polideuces y Helena, y del otro Cástor y Clitemnestra. Cástor y
Polideuces, que aparecen juntos en casi todos los mitos, formaron parte de la
tripulación del Argo encabezada por Jasón que fue en busca del Vellocino de
Oro. Clitemnestra se casó con Agamenón, rey de Argos, y Helena con el hermano
de éste, Menelao, rey de Esparta. Ambas desempeñan papeles importantes en la
guerra de Troya y sus consecuencias: la fuga de Helena con el príncipe troyano
Paris precipitó la guerra y Clitemnestra fue responsable del asesinato de su
marido a su triunfal guerrero de la batalla.
5)
EUROPA
Cierto
día, Zeus le dijo a su hijo Hermes:
-
Hijo, leal servidor de mis órdenes, aleja la tardanza y rápido, deslízate
con tu acostumbrada carrera y dirígete a esa tierra que contempla a tu madre
por la izquierda (sus habitantes le dan el nombre de Sidón), y lleva hacia la
playa la vacada real que a lo lejos se alimenta de montaraz hierba.
Al
instante los novillos alejados del monte buscan la playa que les ha sido
ordenada, donde la hija de un gran rey solía jugar acompañada de doncellas de
Tiro. No están en buena armonía ni habitan en una única mansión la majestad
y el amor: tras dejar el pesado cetro, el padre y soberano de los dioses, cuya
diestra está armada de fuegos de tres puntas, quien con su movimiento de cabeza
agita el orbe, se viste con la apariencia de un toro y, mezclado con los
novillos, muge y pasea su hermosura entre las tiernas hierbas. Su cuello rebosa
de músculos, sobre los brazuelos le cuelga la papada, los cuernos son pequeños
pero de los que se podría afirmar que han sido hechos a mano y más
resplandecientes que una piedra preciosa sin mancha; ninguna amenaza en su
frente y ninguna mirada que aterre: su rostro respira paz. Se admira la hija de
Agénor, Europa, hermana de Cílix, Fénix y Cadmo, de que sea tan hermoso, de
que no amenace ningún combate, pero en principio teme tocarlo aunque sea manso:
luego se acerca y tiende flores a su blanco hocico. El enamorado se alegra y,
mientras llega el esperado placer, besa sus manos; y apenas ya, aplaza el resto
y juguetea y salta en la verde hierba, apoya su níveo costado en las rubias
arenas y, haciéndole perder el miedo poco a poco, unas veces ofrece su pecho
para ser palmeado por la mano, otras los cuernos para ser atados con nuevas
guirnaldas. Se atrevió incluso la doncella real, sin saber a quién pesaba, a
sentarse en el lomo del toro: en ese momento el dios, poco a poco desde la
tierra y desde la playa seca, pone en primer lugar las falsas huellas de sus
patas en las aguas, después se va más allá y lleva su botín a través de la
llanura de alta mar. Ella está aterrada y se vuelve a mirar la playa abandonada
en su rapto y sujeta con su mano derecha un cuerno, la otra está colocada en el
lomo; sus ligeros vestidos ondean con el soplo del viento.