ADONIS

Afrodita se había enamorado del joven Adonis. Siendo aún niño sintió gusto por la caza y, cierto día, mientras saludaba a su madre, sin darse cuenta le rozó el pecho a la diosa con una punta que sobresalía. Ella, herida, rechazó con la mano al muchacho. Sin embargo, cautivada por la belleza de aquel hombre se mantuvo alejada del Olimpo debido a sus pensamientos hacia Adonis. Lo posee y, la que está acostumbrada siempre a preocuparse de sí en las sombras y a aumentar su belleza cuidándola, va errante por los montes, a la manera de Ártemis. Se aleja de los fuertes jabalíes y evita los depredadores lobos y los osos y los leones, saciados por la matanza del ganado mayor. También aconseja a Adonis que tenga miedo de ellos, y le dice:

-  sé valiente con los que huyen; contra los audaces, la audacia no proporciona seguridad. Abstente, joven, de ser temerario y no hieras a las fieras a las que la naturaleza les ha proporcionado armas.

Después de que la diosa aconsejó estas cosas, tomó un camino a través de los aires tras haber uncido los cisnes. Pero el valor se alza en contra de los consejos. Casualmente los perros, siguiendo una huella segura hicieron salir de su escondrijo a un jabalí y el joven lo atravesó mientras intentaba salir del bosque; pero el jabalí, para defenderse, le clava todos sus dientes y lo derriba moribundo en la rojiza arena. Llevada en su ligero carro por medio de los vientos, la diosa aún no había llegado a su destino; reconoció desde lejos el gemido del moribundo y cambió su dirección hacia allí. Cuando lo vio sin vida saltó y desgarró sus vestidos. Después, dijo:

-  Siempre permanecerá Adonis, el recuerdo de mi dolor. Por otra parte, la sangre se cambiará en una flor.

Habiendo hablado así, roció con néctar la sangre que se hinchó del mismo modo que en el celo rojizo suele levantarse una burbuja transparente, y no hubo una tardanza más larga de una hora entera cuando surgió una flor del mismo color de la sangre: la anémona.

 

 


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