1)      NARCISO Y ECO

 

La ninfa Liríope había sido violada por el río Céfiso. Dio a luz un niño al que llamó Narciso. La madre consultó al oráculo sobre si él habría de ver la lejana época de una madurez, el adivino dice:

-  Si no llega a conocerse.

Durante largo tiempo pareció infundado el vaticinio. El hijo del Céfiso había cumplido dieciséis y muchas doncellas lo deseaban; pero ninguna joven lo impresionó. Una ninfa, Eco, lo contemplaba. Hasta ahora, Eco era un cuerpo, no una voz; pero, parlanchina, no tenía otro uso de su boca que el que ahora tiene, el poder de repetir de entre muchas las últimas palabras. Esto lo había llevado a cabo Hera porque, cuando tenía la posibilidad de sorprender a las ninfas que yacían en el monte con su Zeus, ella, astuta, retenía a la diosa con su larga conversación, hasta que las ninfas pudieran escapar. Cuando Hera se dio cuenta de eso, dijo:

-  De esa lengua, con la que he sido burlada, se te concederá una mínima facultad y un muy limitado uso de las palabras.

Y con la realidad, confirma las amenazas: duplica las voces al final del discurso y devuelve las palabras que ha oído. Así pues, cuando Eco vio a Narciso, que vagaba por apartados campos, y se enamoró, a escondidas seguía sus pasos. ¡Cuántas veces quiso acercarse con lisonjeras palabras y añadir suaves ruegos! Pero su naturaleza lo impedía. Por azar, el joven, apartado del leal grupo de sus compañeros había dicho:

-  ¿Alguno está por aquí?

Y Eco había respondido:

-  Está por aquí.

Él se queda atónito y, cuando lanza su mirada a todas partes, grita con fuerte voz:

-  Ven

Pero ella repite la palabra. Narciso se volvió a mirar y, de nuevo, al no ver a nadie, dijo:

-  ¿Por qué huyes? En este lugar juntémonos.

Ella sólo repitió las últimas palabras. Despreciada, la ninfa se ocultó en el bosque y avergonzada cubrió su cara con ramas. Pero el amor era tan grande que su piel se contrajo y sólo quedaron la voz y los huesos. Cuentan que los huesos adoptaron la figura de una piedra. A partir de ese momento se oculta en los bosques y no es vista en montaña alguna, es oída por todos: el sonido es el que vive en ella. Así se había burlado Narciso de ella al igual que de otras ninfas; por ello, una de las despreciadas alzó sus manos al cielo y dijo:

-  ¡Ojalá él mismo ame así y no se adueñe de lo amado!

Némesis, la diosa de la venganza, accedió a sus ruegos. Había una fuente cristalina donde el joven, cansado por la afición a la caza y por el calor, se recostó cautivado por el aspecto del lugar y su fuente y, mientras desea calmar la sed, vio su propia imagen nunca vista en el reflejo del agua. Atraído por aquella belleza contemplada, ama una esperanza sin cuerpo. Se queda estupefacto a la vista de sí mismo y se mantiene inmóvil como una estatua cincelada de mármol de Paros. Apoyado en la tierra contempla y besa la fuente. Pero al sumergir sus brazos para agarrar el cuello de lo amado, éste desaparecía. Tendiendo sus brazos al bosque dijo:

-  ¡Quienquiera que seas, sal aquí! ¿Por qué, joven sin igual, me engañas y adónde te vas al ser buscado? Cuando río, ríes a tu vez; también he observado tus lágrimas al verter lágrimas yo. ¡Ése soy yo! Me doy cuenta; y no me engaña mi imagen: me abraso de amor por mí. ¿Qué puedo hacer? ¿Debo ser rogado o rogar? ¿Qué debo rogar entonces? Lo que deseo está conmigo.

Mientras se lamenta de este modo, su pecho fue adoptando un tono rosáceo y ya no existe aquel color de un rubor mezclado con blancura, ni vigor, ni fuerzas, ni permanece el cuerpo que en otro tiempo había amado Eco.

Lloraron las náyades, sus hermanas, y depositaron sus cabellos cortados en honor de su hermano. Eco devuelve el sonido a las que lloran. Y ya preparaban la pira, las agitadas antorchas y el féretro: pero en ninguna parte había un cuerpo, en lugar de él encontraron una flor azafranada que rodeaba el centro con blancas hojas, y que conservó el nombre del desdichado muchacho.

 

2)      PÍRAMO Y TISBE

 

Píramo, el más hermoso de los jóvenes, y Tisbe, la más destacada de las doncellas de Oriente, tenían dos casas adosadas. La vecindad provocó el conocimiento y sus primeros encuentros, con el tiempo creció el amor; también habrían unido por las leyes conyugales, pero lo prohibieron sus padres. Sin embargo lo que no pudieron prohibir fue que los dos ardieran por igual con sus pensamientos cautivos. Lejos de cualquier cómplice, se hablaban por gestos y señas. La pared común a una y otra casa estaba hendida por una pequeña rendija, que se había producido en otro tiempo cuando se construía. A menudo, cuando estaban por esta parte Tisbe, por aquella Píramo, y mutuamente habían notado el aliento de su boca, decían:

-  Celosa pared, ¿por qué eres un obstáculo para los enamorados? ¿Qué dificultad había en que nos permitieras unirnos con todo nuestro cuerpo o que te abrieras para besarnos? Y no somos desagradecidos: confesamos que te debemos que se haya concedido un paso para las palabras hasta los oídos de los amantes.

Hablando así desde lugares separados, al llegar la noche dijeron “adiós”, y cada uno dio a su parte besos que no llegaban al otro lado. Cuando llegó la noche, y tras lamentarse antes con suave murmullo de muchas cosas, se pusieron de acuerdo para, en el silencio de la noche, intentar engañar a sus guardianes y salir de sus casas y de la ciudad. Decidieron reunirse en junto al sepulcro de Nino, fundador de la ciudad de Nínive, y ocultarse bajo la sombra de un árbol cargado de frutos blancos como la nieve, un alto moral muy cerca de una fresquísima fuente. El acuerdo les agradó; y la luz que parecía alejarse con lentitud se precipita a las aguas, y la noche surge de las mismas aguas: Tisbe, tras haber girado el gozne de la puerta, salió cautelosa a través de las tinieblas y engañó a los suyos, y con el rostro cubierto llegó junto a la tumba y se sentó bajo el árbol acordado: el amor la hacía audaz. Entonces, llegó una leona, manchadas sus fauces espumeantes por la reciente matanza de unos bueyes, a aplacar su sed en el agua de la fuente cercana; Tisbe la vio de lejos, a la luz de la luna, y con temeroso pie se refugió en una oscura cueva dejando en su huida abandonado el velo que había resbalado de su espalda. Cuando la furiosa leona sació su sed con abundante agua, mientras volvía al bosque, destrozó casualmente con su hocico ensangrentado el ligero velo encontrado sin su dueña. Píramo, que había salido más tarde, vio en el abundante polvo las certeras huellas de una furia y palideció en todo su rostro; pero, cuando encontró además el velo teñido de sangre, dijo:

-  Una sola noche perderá a dos amantes, de los que ella ha sido más digna de una larga vida. Mi alma es culpable. Yo te he matado a ti, digna de compasión, yo que te he ordenado que vinieras de noche a unos parajes llenos de miedo y no he venido aquí el primero. ¡Desgarrad mi cuerpo y consumid mis criminales entrañas con fiero mordisco, leones, cualquiera que seáis los que habitáis junto a esta roca! Pero es propio de un cobarde desear la muerte.

Entonces, agarra el velo de Tisbe y lo lleva consigo a la sombra del árbol convenido y, después de que derramó lágrimas y dio besos a la prenda, dijo:

-  ¡Recibe ahora también el sorbo de mi sangre!

Y hundió en sus ijares el hierro del que estaba ceñido, y sin tardanza lo sacó moribundo de la herida que bullía y quedó echado en tierra boca arriba: la sangre saltó hacia lo alto y quebró el aire con su golpeteo. Los frutos del árbol, con el rociado de la herida, adoptaron un aspecto negro y la raíz, humedecida por la sangre, tiñó de color púrpura las moras que colgaban.

En aquel momento, Tisbe, sin haber perdido el miedo pero para no fallar a su amante, salió de su escondite y buscó con sus ojos y con su corazón al joven. Entonces, vio que unos temblorosos miembros golpeaban el suelo ensangrentado y retrocedió pálida. Después de llenar de lágrimas las heridas de su amante dijo:

-  ¡Tu mano y tu amor te han perdido, desgraciado! También yo tengo una fuerte mano para esto, también yo tengo amor: él me dará fuerzas. Te seguiré en la muerte. Acoged, dioses, mis súplicas y no nos quitéis de ser enterrados juntos en la misma tumba. En cuanto a ti, árbol, retén las señales de la muerte y produce siempre frutos negruzcos y adecuados al luto, recuerdo de la doble sangre.

Dicho esto y, tras haber dispuesto la punta bajo su pecho, se lanzó sobre la espada, que todavía estaba tibia de muerte. Sin embargo, sus súplicas alcanzaron a los dioses: pues el color es negro en el fruto cuando madura y lo que queda de sus piras descansa en una sola urna.


3)      PIGMALIÓN

 

Pigmalión vivía soltero, sin esposa y durante largo tiempo careció de compañera de lecho. Entretanto, con técnica admirable, esculpió un marfil blanco como la nieve y le dio una hermosura con la que ninguna mujer puede nacer, y se enamoró de su obra. El rostro era de una verdadera doncella. Pigmalión la admira y apura en su pecho pasiones por lo que parece un cuerpo. A menudo acerca a la obra sus manos que intentan comprobar si aquello es de carne y hueso o de marfil. Le da besos y piensa que se los devuelve, y le habla y cree que sus dedos se quedan fijos en los miembros tocados y teme que le salga una moradura al cuerpo presionado.

Había llegado la fiesta de Afrodita, día muy celebrado en toda Chipre. Pigmalión, tras haber hecho la ofrenda, se detiene ante el altar y con timidez dice:

-  dioses, si podéis conceder todas las cosa, deseo que sea mi esposa.

La dorada Afrodita atendió a sus súplicas, y cuando regresó a su casa buscó la estatua de su amada, la besó y le pareció que estaba tibia; entonces, la palpa con sus manos: el marfil reblandece y, perdiendo su rigidez, se amolda a los dedos y cede. Mientras se queda atónito y se alegra con dudas y teme engañarse, una y otra vez vuelve a tocar con la mano el objeto de su deseo; era de carne y hueso: laten las venas al contacto del pulgar. Entonces, pronuncia palabras de agradecimiento hacia Afrodita. A la boda que propició asiste la diosa y, tras haberse juntado durante nueve veces los cuernos de la luna en un disco completo (nueve meses), ella dio a luz a Pafos.

 

 


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