Zeus y Perséfone tuvieron un hijo llamado Zagreo (otro de los nombres de Dioniso). Celosa, Hera instó a los Titanes a que devorasen a la criatura, pero Atenea salvó su corazón y regresó con Zeus. A continuación Sémele, hija de Cadmo, el fundador de Tebas, y amante también de Zeus, lo llevó en su seno. Hera se disfrazó de anciana y persuadió a Sémele de que convenciera a su amante de que se presentara ante ella en todo su esplendor. Zeus accedió, de mala gana y consciente de que verle a bordo de su carro celestial, rodeado de rayos y relámpagos, resultaría excesivo para cualquier mortal: la desgraciada Sémele quedó reducida a cenizas, de las que Zeus rescató a su hijo nonato, Dioniso y se lo cosió a su propio muslo, de donde nació. Por eso Dioniso es el único dios del Olimpo de ascendencia en parte mortal. Nació en la isla de Cos, y, tras su nacimiento, Zeus confió a Dioniso al cuidado de las ninfas de Nisa, montaña de situación desconocida que a veces se ubica en Egipto.

Los antiguos griegos creían que cuando las personas estaban borrachas, actuaban o se sumían en estado de éxtasis religioso, se encontraban en los dominios del dios Dioniso, que presidía la ilusión y los estados alterados de la conciencia. El dios aparecía con frecuencia disfrazado de animal o de ser humano, razón por la que en ocasiones resultaba difícil reconocerle y definirle. Aunque participó en la batalla contra los titanes, se le representa en muchos casos con aspecto afeminado y ridículo.

También conocido como Baco, Dioniso es el dios del vino en todos sus aspectos. El vino fue siempre una bebida sagrada en Grecia y su consumo constituía un rito: desempeñaba un papel importante en la mayoría de las celebraciones religiosas y había fiestas que señalaban la vendimia y la apertura de nuevos barriles, actividades presididas por Dioniso.

Dioniso aparecía en ocasiones como un recién llegado que viajó por el mundo concediendo dones a los mortales, exigiendo reconocimiento y castigando a quienes no le aceptaban. Se enfrentó a una fuerte oposición en el transcurso de sus viajes que comenzaron en Oriente. Huyendo del rey.

 

1)      PENTEO

 

Penteo era hijo de Equíon y Ágave, y sobrino de Sémele. Su nombre en griego significa “el despreciador de los dioses”, porque efectivamente se reía de las profecías de los adivinos. El sabio Tiresias, al ver las burlas que hacía de todo lo divino, le dijo:

-  ¡Cuán feliz serías si tú también estuvieras privado de esta luz y no vieras los sacrificios de Dioniso! Pues llegará un día en el que vendrá aquí un desconocido: Dioniso, hijo de Sémele; y si no lo consideras digno del honor de los templos, despedazado se te esparcirá por mil lugares y con tu sangre mancharás los bosques, a tu madre y a las hermanas de tu madre”

Poco después, las predicciones del adivino se realizaron. Dioniso llegó y los campos se agitaron con los festivos alaridos: la multitud se precipitaba, y las madres y nueras mezcladas con los hombres y el pueblo eran empujados a los desconocidos sacrificios. Penteo, viendo esto, se dijo:

-  ¿Qué locura ha aturdido vuestras mentes? ¿Acaso tienen tanto valor los bronces golpeados con bronce y la astucia de la magia que a quienes ha aterrorizado la espada guerrera ni ejércitos con las armas desenvainadas les venzan las voces mujeriles, la locura empujada por el vino, las obscenas bandadas y los huecos panderos? Yo obligaré a ese extranjero a confesar que se ha inventado un padre y que sus sacrificios son una invención. –Luego, dirigiéndose a sus siervos, les dijo– marchad y traed aquí al jefe encadenado.

Su abuelo Cadmo y su tío Atamante, esposo de Ino, lo llenan de reproches y se esforzaron en vano en disuadirlo. Pero su furia se avivaba con los consejos. En ese momento regresaron los siervos diciendo que no habían visto a Dioniso pero que habían agarrado a uno de sus seguidores. Penteo lo contempló unos instantes y comenzó a interrogarlo:

-  Oh, tú, que vas a morir y que con tu muerte vas a dar ejemplo a los otros, dame tu nombre y el nombre de tus padres, de tu patria y por qué practicas sacrificios de rito desconocido.

El extranjero, que no era otro que Dioniso, respondió:

-  Mi nombre es Acetes, mi patria Meonia, mis padres de clase humilde. Al morir mi padre no me dejó nada. Inmediatamente yo, para no estar fijo siempre en los mismos roquedales, aprendí a llevar la dirección de la barca gobernándola mi mano derecha. Yendo a Delos, me acerco casualmente a las costas de Quíos. Uno de mis compañeros encuentra en la playa a un joven que parece titubear pesado por el vino y el sueño. Enseguida me di cuenta de que no era mortal. Entonces lo subimos a la nave y le preguntamos que adónde iba. Él dice que a la isla de Naxos, donde vive. En mitad de la travesía  el barco se quedó quieto en el mar. Mis compañeros, presa de estupor, persisten en agitar los remos, pero las hiedras los inmovilizan y con curvos anillos serpentean y con pesados racimos adornan las velas. Él, coronada su frente de racimos de uva, agita una lanza cubierta de ramos de pámpano. Los hombres saltaron al agua, bien provocara esto la locura, bien el temor. De los hasta hacía poco veinte hombres quedaba yo solo: a mí, temeroso, helado con el cuerpo tembloroso y apenas dueño de mí, el dios me anima diciendo: “Expulsa de tu corazón el miedo y dirígete a Naxos”. Llegado allí, me encargué de los sacrificios y soy seguidor de los ritos de Dioniso.

Cuando hubo terminado, Penteo dijo:

-  He prestado oídos a tus largos rodeos para que la cólera pudiera consumir sus fuerzas con la tardanza. ¡Siervos!, Agarrad a este hombre con rapidez y enviad su cuerpo atormentado con crueles suplicios a la muerte.

Acetes es encerrado en una mazmorra y, mientras se preparan los crueles instrumentos de la muerte se abrieron las puertas por sí mismas y cayeron las cadenas de su cuerpo sin que nadie las desatara. Penteo decidió ir al monte Citerón, lugar donde se celebraban las orgías báquicas. Allí lo vieron las mujeres seguidoras del dios del vino y, en su locura, creyeron que era un jabalí. La muchedumbre, encabezada por Ágave, madre de Penteo, se lanzan contra él enfurecidas. En vano él pedía auxilio. Finalmente es despedazado por la jauría humana y de este modo se cumplió la profecía del sabio Tiresias.

 


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