Apolo, hijo de Zeus y Leto, nació en Delos, por eso la ciudad se convirtió en uno de los principales centros de culto a Apolo. El otro lugar más importante del culto apolíneo era Delfos. Su abuela era la Titánide Febe y en ocasiones se le denomina con la forma masculina de este término, Febo (Radiante). En época posterior empezaría a asociarse con la luz y el sol. Protector del tiro con arco, sus flechas llevaban enfermedad y calamidades a los humanos pero, paradójicamente, también era protector de la medicina y padre de Asclepio, el más grande de los médicos míticos. Protector asimismo de la música y de las artes, suele aparecer con una lira.

Apolo vivió numerosas aventuras amorosas, la mayoría de las cuales acabaron trágicamente. Casandra, hija del rey Príamo de Troya, accedió a entregarse al dios, quien en compensación le prometió el don de la profecía, pero como la muchacha no cumplió su palabra, Apolo añadió a su don el detalle de que nunca la creyeran.

Un mito cuenta que Zeus soltó dos águilas desde extremos opuestos de la tierra para que descubriesen el centro exacto del mundo. Se reunieron en Delfos, en una gran piedra llamada ónfalos (ombligo), protegida por una serpiente monstruosa, Pitón. Apolo estableció allí su santuario y mató a Pitón, acto por el que cumplió penitencia en Tesalia durante nueve años, transcurridos los cuales regresó a Delfos. Al oráculo que fundó en el lugar acudían a consultar ciudades e individuos y sus profecías aparecen en los mitos y la historia. En el templo del oráculo había una sacerdotisa, la Pitia, que hacía profecías sentada en un trípode en respuesta a las preguntas de los visitantes. Hablaba en tono frenético, como enloquecida, y los sacerdotes transcribían sus palabras en verso o prosa.

Delfos era la sede de los Juegos Píticos, gran acontecimiento deportivo instituido por Apolo que se celebraba en honor del dios cada cuatro años. Tenía lugar el tercer año de la Olimpiada, los festivales atléticos más famosos en honor de Zeus, en Olimpia.

 

1)      DAFNE Y APOLO

 

Dafne, hija del río Peneo, fue el primer amor de Apolo. El enamoramiento había sido provocado por Cupido, hijo de Afrodita y Marte, y había ocurrido del siguiente modo.

Un día Apolo había visto al dios del Amor doblar el arco tensando la cuerda y le había dicho:

-  ¿Qué tienes tú que ver, niño juguetón, con las armas de los valientes? Estas gestas me pertenecen, ya que soy capaz de producir certeras heridas en los animales y producirlas a un enemigo. Tú date por satisfecho mientras provocas con tu antorcha no sé qué amores y no aspires a las alabanzas que me son propias.

A éste le responde Cupido:

-  Si tu arco atraviesa todas las cosas, a ti puede atravesarte el mío, y como todos los animales son inferiores a un dios, tanto menor es tu gloria que la mía.

Y surcando el aire con sus alas se detuvo y envió dos de sus flechas de diferente actividad: una pone en fuga al amor, la otra lo provoca. La primera la clavó en la ninfa Dafne, y con la otra hirió a Apolo. En aquel momento, el dios empieza a sentir amor por la ninfa, mientras que ella huye del amante feliz. Mientras Apolo la persigue, ella más rápida que la ligera brisa, corre y no se detiene ante estas palabras de quien la quiere hacer volver:

-  ¡Ninfa, hija del Peneo, deténte, te lo ruego! No te persigo como enemigo; ¡ninfa, deténte! Así huye la cordera del lobo, así la cierva del león, así las palomas con alas temblorosas del águila, y cada una de sus enemigos naturales; el amor es para mí la causa de la persecución. ¡Desgraciado de mí! No caigas al suelo, y las zarzas no señalen tus piernas que no merecen ser heridas y sea yo para ti motivo de dolor. No sabes, atolondrada, de quién huyes, y por eso huyes. Bajo mi dominio están la tierra de Delfos y el palacio de Pátara; Zeus es mi padre; por mediación mía se evidencia lo que va al ser, lo que ha sido y lo que es; gracias a mí se acomodan armónicamente los poemas a las cuerdas. Mío es el descubrimiento de la medicina y soy llamado por todo el mundo auxiliador y está sometido a mí el poder de las hierbas.

Pero la hija de Peneo huyó con temerosa carrera y dejó atrás las palabras sin terminar a la vez que al dios. Sin embargo, el perseguidor, ayudado por las alas del amor, es más rápido y se niega al descanso y está a punto de alcanzar la espalda de Dafne. Agotadas sus fuerzas, ella palideció y, vencida por el esfuerzo de la rápida huida, dice, contemplando las aguas del río Peneo:

-  ¡Ayúdame, padre, si los ríos tenéis poder divino! ¡Haz desaparecer con un cambio esta figura, con la que he gustado en demasía!

Apenas acabado el ruego, un pesado entorpecimiento se adueñó de sus miembros: su blando pecho es rodeado de fina corteza, sus cabellos crecen como hojas, sus brazos como ramas; su pie, hace poco tan veloz, se queda fijo con lentas raíces, el lugar de su rostro lo tiene la copa: en ella permanece solamente su belleza. También así la ama Apolo y, posando su mano derecha en el tronco, siente que su pecho tiembla todavía bajo la reciente corteza y, abrazando con sus brazos sus ramas como si fueran miembros, da besos a la madera: con todo, la madera rechaza sus besos. A ésta el dios le dijo:

-  Puesto que no puedes ser mi esposa, en verdad serás mi árbol. Siempre te tendrán a ti, laurel, mi cabellera, mi cítara, mi aljaba. Tú acompañarás a los alegres generales, cuando una alegre voz cante el triunfo y el Capitolio contemple largos desfiles.

 


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